Mundo Star Wars: Guerras Clon. EL LEGADO DE LOS JEDI -CAPÍTULO 26-




El Templo Jedi es un lugar de secretos y de confianza. Dentro de sus paredes, un legado se transmite de generación en generación de la paz, la justicia y la fuerza. Pero ese legado se puede romper. A veces los mayores enemigos pueden elevarse desde dentro...

Lorian Nod es un aprendiz de Jedi prometedor. Un padawan llamado Dooku es su mejor amigo. Bajo la atenta mirada de Yoda, se están preparando para convertirse en Caballeros Jedi. Dooku sabe que su destino está entrelazado ... sin embargo, no está preparado para un giro de los acontecimientos que revelan el lado oscuro para él, por primera vez.

Años más tarde, Dooku es un Maestro Jedi y Lorian Nod es un paria de la piratería. Con un deseo de venganza imprevisto, Dooku trabaja para frustrar a su antiguo amigo, incluso si esto significa cruzarse con su propio aprendiz de Qui-Gon Jinn ... Cuando el propio Qui-Gon se convierte en un Maestro Jedi, el espectro de Lorian Nod todavía acecha. Como Qui-Gon y Obi-Wan Kenobi luchan por encontrar su lugar como Maestro y Padawan, deben trabajar juntos para prevenir una amenaza interplanetaria, y para burlar a un enemigo muy familiar ...

Durante las Guerras Clon, Lorian Nod quiere jugar un papel fundamental en la lucha de la República para mantener el control de un planeta estratégico. Por un lado, Obi-Wan y su aprendiz, Anakin Skywalker, deben decidir si pueden confiar en una figura tan infame. Por otro lado, el ahora comprometido Conde Dooku tiene una cuenta pendiente contra de su antiguo némesis ...


CAPÍTULO 26

Lorian no había sentido la Fuerza en muchos años. Cuando extendió su mano y la sintió fluir, se sobresaltó, como si le quemara la piel.
Pero en pocos segundos, todo volvió a la normalidad, y supo que tal vez, su vida dependería de ella.
Dooku iba delante suyo por el estrecho pasillo, corriendo hacia un aerodeslizador. Dooku debía saber muy bien que Lorian estaba detrás de él, pero no se molestó en girar y atraerlo. Lorian estaba seguro de que Dooku iría directo a tomar su vuelo, y no querría saber más nada respecto de él.
No tenía tiempo para pensar en una estrategia. Sabía que Dooku era infinitamente más fuerte. ¿Por qué estoy actuando así? Pensó mientras corría.
¿Por qué? Era un deseo de asesinar, el trabajo de un estúpido y nunca se había expuesto a la muerte, nunca había sido un idiota.
Todos los males de su vida, todos los errores, todas las acciones imperdonables, todo el dolor que causó a otros, todas las vidas que había destruido, todos estaba allí, en ese oscuro corredor. Todo eso lo estrangulaba, lo aplastaba, pero la Fuerza lo había tocado justo cuando la necesitaba, trayéndole a la memoria su infancia, cuando sabía lo que estaba bien y quería hacer lo correcto.
Tenía un bláster, pero sabía que su insignificante poder no significaría nada para Dooku. En unos momentos sería tomado y volaría a través del corredor.
¿Por qué usarlo? ¿Por qué usar un arma cuando Dooku podía eliminarlo de la misma forma que se mata una mosca?
Lorian no dejaba de correr mientras pensaba. ¿Qué tenía Dooku, que el no tenía? ¿Qué sabía acerca de Dooku que nadie más sabía? ¿Qué sabía acerca de él como un muchacho que no había cambiado? ¿Tenía algún defecto?
El orgullo. Era vanidoso. Le gustaba ser admirado.
Eso no lo ayudaría mucho.
Entonces Lorian vio el aerodeslizador al final del corredor, delante de Dooku. Estaba familiarizado con el modelo. Era un turborreactor gemelo Mobquet con una velocidad relativa de vuelo potenciada al máximo. Las Industrias Mobquet eran conocidas por sus motodeslizadores, pero no por sus aerodeslizadores. El transporte de Dooku era una buena elección para huidas rápidas, por su velocidad de vuelo potenciada y su alta maniobrabilidad. Pero había algo que posiblemente, y sólo posiblemente, Dooku no conocía: el aerodeslizador Mobquet tenía una falla. Los cables de datos que conectaban los controles frontales con la cabina estaban montados detrás de un delgado panel en la parte inferior del cuerpo. Le tomaría a Lorian aproximadamente seis segundos encontrar ese panel y fundir los cables con una descarga de su bláster.
Todo lo que necesitaba eran seis segundos.
 
Le habló primero, con su voz haciendo eco—. Has alcanzado el éxito sólo para ti mismo, Dooku. ¿Te diste cuenta alguna vez que no lo habrías logrado sin mí?
Dooku se detuvo y se volvió, como Lorian sabía que lo haría.
¿Perdón, mi viejo amigo?
—El Holocrón Sith. ¿Accediste a él, verdad? Tiempo después, tal vez. No podrías soportar que yo conociera algo que tú no conocieras.
¿Por qué no debiera haber accedido a él? —preguntó Dooku.
Lorian mantuvo la iniciativa—. Por supuesto, tienes razón. Pero nunca hubieras tenido el valor de hacerlo, si yo no lo hubiera hecho primero.
Dooku rió—. Eres increíble. ¿No te das cuenta de lo tentado que estuve de matarte? Y ahora me provocas. Es indudable que vives peligrosamente, Lorian.
Lorian había dado vueltas alrededor de Dooku y había estado parado cerca del aerodeslizador. Dooku no le temía; lo dejaba venir tan cerca como quería. Lorian se apoyó contra el aerodeslizador, cruzando su pierna como si tuviera todo el tiempo en el mundo para charlar—. Ahora me doy cuenta que estaba equivocado cuando te pedí que me cubrieras con respecto a lo del Holocrón.
¿Una disculpa a estas alturas? Estoy abrumado.
—Debería haber asumido la responsabilidad yo mismo. No hubiera sido echado de la Orden Jedi. Me doy cuenta de eso ahora. Pero me pregunto....
¿Por qué pensé que lo harías? —Cubiertos por su capa, los dedos de Lorian buscaron el panel.
—Encuentro tan tedioso revivir el pasado —dijo Dooku—. Si me disculpas...
Puso un pie en el aerodeslizador, preparándose para saltar a su interior.
¿Será porque animaste mis temores? Mirando hacia atrás, encuentro eso extraño. Yo no habría hecho eso contigo. No habría alimentado tus miedos, habría tratado de calmarlos.
Sus dedos se deslizaron al otro lado de un filón. Había encontrado los paneles.
Los ojos de Dooku destellaron. Lorian sacó el bláster y puso el tambor contra el panel.
El lado oscuro se levantó en una espantosa demostración de poder, y Lorian se encontró arrojado al aire de igual forma que el muñeco de un niño. Se pegó contra la pared y luego golpeó el piso, aturdido. De alguna forma, había conservado su bláster.
Dooku lo vio, por supuesto—. Supongo que ese fue un torpe intento por distraerme —dijo, dejando ver su sable de luz con empuñadura curvada—. Creo haber demostrado demasiada misericordia. Acabemos ahora con lo que debería haberse terminado mucho antes.
Tenía una última oportunidad. Una sola. Podía bombardear el panel e
 
impedirle a Dooku escapar. Obi-Wan y Anakin tendrían que hacer el resto. Si fallaba, él moriría. Si tenía éxito, también moriría. No tenía dudas acerca de ello.
Lorian se entregó a la Fuerza para que viniera en su ayuda. La necesitaba aquí, ahora, en su último momento. La sintió expandirse, y vio como las cejas de Dooku se arqueaban.
—Así que no la has perdido completamente —dijo—. No está mal, pero no es suficiente.
Avanzó hacia Lorian. Lorian recordó su manejo de los pasos. El ataque vendría por su izquierda. A último momento, rodó a la derecha, y el sable de luz de Dooku golpeó una piedra y la partió en pedazos. Esperando un golpe fácil, Dooku giró un segundo tarde, y Lorian ya había comenzado a correr. Sabía que Dooku esperaba que él girara e intentara ponerse a su espalda. No esperaba que corriera hacia aerodeslizador.
Tenía al desintegrador apuntado y listo, pero sabía que tendría sólo un disparo, y tenía que ser uno bueno. Tenía que ser firme y totalmente perfecto.
Detrás suyo había un susurro. Al menos, eso era todo lo que escuchó. Miró hacia abajo y vio el sable de luz y pensó, ¡qué raro!, Dooku está detrás de mí, ¿por qué el sable de luz está en frente de mí?   Entonces se dio cuenta de que había sido completamente atravesado...
Disparó el bláster, pero su tiro perdió el control. Fue cayendo. He fallado, pensó. He fallado.
Dooku apareció por encima de él. Pudo ver sus ojos oscuros como cavernas vacías. Y no quiso que esa fuera su última mirada. Había convivido con el odio durante tanto tiempo, que no podía morir con él ante sus ojos. De modo que con un gran esfuerzo, giró su cabeza. Vio las rocas del corredor, tanto las lisas como las afiladas, y notó por primera vez que no eran grises, sino que eran jaspeadas en plata, negro, rojo y azul, el color de las estrellas...
El pensamiento lo perforó con el mismo dolor agudo que le producía el sable de luz que tenía en su cuerpo: ¿En qué más me he equivocado?
Demasiado tarde para averiguarlo ahora.
Llamó a la Fuerza que se levantó a su alrededor como una manta, y con una explosión de color iluminando su vista, sonrió y se olvidó de su vida.
 

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